Me preguntaron ayer mi nombre
por culpa de una inclemencia del tiempo,
llovían putas y naranjas
a lo largo de los canales del río;
me preguntaron de mí
y del oscuro punto de convergencia.
Besábanse los leones
y los vencejos…
Ayer recordé mi nombre
entre el agua,
entre el paso,
entre las muchas casas que odio.
Llovían a raudales
los poemas y las baladas,
los comedores de ocas,
los ancianos dispuestos
a perderse por un roce;
me preguntaron ayer mi nombre:
- No me la vas a chupar- le grité- por mucho que me insistas...
el pequeño niño corrió horrorizado
a llorar junto a su madre,
que paseaba suavemente
bajo el frescor de la noche…
y no volvieron a preguntarme mi nombre;
y recogiendo mi cuaderno
volví a casa,
a nuestra casa,
a olfatear tu espalda
en alguno de esos,
tus infinitos sueños,
a los que nunca me invitas.
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