viernes, 15 de octubre de 2010

ANTIMONIO

Y por eso no conduzco,

ni me mancho de pintura

los dedos de los pies

cuando salto un libro;

por eso no suelo toser en los cines,

ni creo en la sucesión de desgracias

aleatoria.

Por eso cuando duermo

imagino que derramo pepitas de sandia

por mi oreja

que atraviesan la almohada,

la cama, el planeta;

por eso no se bailar,

ni recuerdo bien los nombres

de las cosas anaranjadas

como “la sed” o “la prisa”.

No hay ningún otro motivo

por el que, cada dos meses,

me encierre a llorar en un baúl

con la boca muy abierta,

como si quisiera comerme a mi mismo;

o patalee delante de los arcos de la avenidas

pidiendo unas explicaciones que nadie me ofrece.

Por eso no te desvelo más secretos

por eso me río de lo que no tiene gracia,

por eso aunque te tenga delante

cierro los ojos

y te imagino sobrevolando mi cabeza

en dirección al oeste.

Por eso en los días de frío,

cuando todas las aves conocidas

parecen haber muerto,

yo no duermo,

y me enrosco en una manta hecha de jaulas,

mirando la fachada de la casa del vecino,

observando todos los sueños astillados

de chocar entre si tantísimas veces;

por eso amo los átomos de cada pequeña caricia,

por eso nunca hablo de política más de cinco minutos

seguidos,

por eso, aunque te empeñaras mucho en ofenderme

no podría separarme de tu brazo;

por eso,

por eso,

y por otras muchas cosas.

(Lamento contradecirte).

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