Apoyo suavemente
la escalera en el tejado;
son mis pasos
vecinos mudos,
son mis caderas
diagonales inertes,
es mi hogar
un sembrador de peonzas.
Subí al tejado
a beber la brisa,
y a esperar,
y a balancear mis rodillas,
y a chillar ( por qué no?)
a chillar también,
y a observar la nubes del horizonte
mientras mi estomago se abría
como una bola de arena…
Si en uno de estos vacíos
decido comerme tus camisas,
si dejo de contar mentiras,
si olvido todo
lo que me hacer reír
y prometo fumar más,
y evadir los insultos
con estúpidos movimientos de ceja,
será porque no llegas nunca;
y si me aburro,
y recortar revistas viejas
ya no parece divertido,
si contengo las ganas
de romper a puñetazos
todas las ventanas de la casa,
si te suplo con objetos,
con sonidos,
con luces;
con una de esas lámparas de lava
que tanto me gustan…
Malgasto el tiempo ordenando los armarios,
despilfarro los días
tratando de cortarme las uñas,
el sonido de los pájaros me da náuseas,
y mientras espero recito:
creo en la selección natural
creo en la selección natural
creo en la selección natural
creo en la selección natural
creo en la selección natural…
Cuando cierro todos los ojos
parece que no tengo nada,
pero cuando llueve me siento
importante,
me subo al tejado,
y entonces,
el frío
y los papeles,
y las máscaras del mediodía
y el silencio,
y la carne cruda,
y las invitaciones rechazadas,
y las escapadas,
y el miedo a recordar,
todo,
todo se me ofrece
(casualmente)
cuando bajo mi cabeza
y me miro en un charco.
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