En el centro del mundo me hallaba
siendo un niño,
rodeado de actores, de comediantes, de colores;
en el mismísimo centro de todo,
observaba al mundo existir para mis ojos;
en mi espalda vacío,
en mi espalda la nada,
fuera de mi vida no había más vida,
fuera de mi frente no había más luces,
la realidad a mi servicio.
Mis padres no eran mis padres,
mis amigos no eran mis amigos,
formas, texturas, invenciones a mi antojo,
único,
yo, único.
Pero entonces crezco y tomo un tren,
y observo a mi alrededor figuras que no conozco,
y descubro a mi alrededor realidades que no conozco;
y un muchacho con jersey amarillo
se despide de su novia con una leve sonrisa
y un anciano marca un numero de teléfono
y una mujer habla con otra sobre su hijo
y una niña preocupada mira el reloj
y todas mis teorías infantiles se van a la mierda;
y me encuentro sumergido entre tanta independencia
que me siento pequeño, asustado.
Y alejándome en el tren veo edificios feos,
y torres metálicas con cables,
y vehículos de seis ruedas,
y árboles medio retorcidos,
y nubes a las que no les importo,
y más y más latidos.
Y entonces pego mi cara al cristal, decepcionado,
y lloro en voz baja,
para no despertar a nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario