Desde el borde del acantilado
al que nos trajimos
abriré los brazos,
reproche,
dardo en la nuca;
queríamos crecer lo suficiente,
creyendo que la libertad
era un premio que jugarse
con un golpe de dictado
a doble o mitad,
pereza,
tirón de orejas;
y nos dejamos empujar
por el murmullo las bocas
como si fuéramos esporas
buscando arena,
subiendo
y bajando
la misma calle,
rutina,
dolor de muelas…
(No sabría
por dónde comenzar a besarte,
por dónde dejarme llevar,
por dónde sostenerte)
Se nos rompieron los pomos
y las ruedas
en el momento justo
en que descubrimos su uso concreto,
prisa,
codazo en la espalda;
y cabalgamos como perdidos
alimentándonos de toda la estupidez
que se nos vendía como lujo
amor,
puñetazo en el ojo;
Y desde el borde de la acera
a la que nos arrastraron
abriré los brazos:
dos taxis,
el tuyo al norte,
el mío al sur,
ni siquiera te conozco…
Así se escribe la historia.
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